En Twitter están circulando hasta cuadros sinópticos y complejos diagramas que repasan los hilos que unen a las celebridades argentinas que están en boca de todos desde este sábado: Wanda Nara, “China” Suárez, Mauro Icardi, Benjamín Vicuña, Pampita, Maxi López y varios más.
Es decir, no sólo memes de humor crea la inteligencia colectiva, también complejos diagramas e investigaciones sesudas basadas en “quién le puso like a quién”.
Como siempre, como todo, lo interesante del asunto Wanda/ “China”/ Icardi es pensar qué dice de nosotros la fascinación por el tema, que se convirtió en la ficción argentina del año.
¿Será que necesitamos más historias superficiales para pasar el día tras dos años casi de pandemia? ¿Será que hacemos espejo en las mil y una crisis de las parejas monogámicas?
Bien lo saben quienes escriben telenovelas y culebrones: no son el amor y la muerte los temas que más interés despiertan, sino el amor y el engaño. Bien lo saben los periodistas de chimentos: para que el relato funcione necesitamos una víctima y un (una) culpable.
Quizá las desmesuradas dimensiones que adquirió en el interés público este caso hable también de que nos faltan ficciones. No programas de culto en plataformas de streaming pagas: culebrones populares, a la hora de la siesta, en TV abierta, “una que veamos todos”.
Volviendo al esquema del chimento perfecto (engaño, secreto, víctima, culpable) es notable también un detalle.
Bastante se ha señalado acerca de cómo la postura de Wanda Nara, al ponerle a “China” Suárez el rótulo de “roba maridos” estigmatiza a una mujer con paradigmas machistas y ancestrales. Pero hay algo más detrás de eso. Alguien más. Un hombre.
Si la “cosificación” de las mujeres en nuestras sociedades implica ponerlas en lugar de objetos sexuales, se podría pensar que existe algo así como la “cosificación de los hombres”, que no implica erotismo. Simplemente, los piensa como objetos, desprovistos de capacidad crítica, parte de la propiedad privada.
Creer, como señala Wanda, que “China” Suárez “rompió” una familia y le intentó “robar el marido” es creer que ese marido es propiedad suya, como el mobiliario de su casa, y que él no es un sujeto que elige y hace, por lo tanto, no toma decisiones.
Es una extensión de la idea de que los hombres son criaturas que se mueven por “instinto” y que, ante una “mujer pérfida” que los seduce, no pueden más que entregarse. Es Ulises tapándose los oídos y atándose al mástil del barco para evitar la tentación que despierta el canto de las sirenas.
Ese gesto de Wanda, de “marcar territorio a una adversaria” no sólo exime de responsabilidad a los hombres, también los subestima, los reduce a seres desprovistos de racionalidad.
A esta altura del mundo, enviar a la hoguera mediática a las “brujas roba maridos” y considerar a los maridos como incapaces es igual de sesgado.